Dos juicios, el militar y el eclesiástico, no exento de torturas y malos tratos, debían vengar al gobierno virreinal en el cuerpo del antigua cura de Carácuaro, Generalísimo y siervo de la nación. La Inquisición y el tribunal militar consumaron el “sacrificio con toda solemnidad y espacio que requería la persona del soldado que había ligado y confundido su vida con la causa de la independencia”.