La jornada de un jefe insurgente
La movilidad era una de las características de las tropas de Morelos. Él mismo evitaba estar en un lugar mucho tiempo. La guerra hacía penosos los días de tránsito alejados de los pueblos, villas y ciudades. Pero las jornadas del caudillo y sus insurgentes no eran desordenadas: la prevención era fundamental para sobrevivir. Es por ello que Morelos siempre buscó los caminos de las sierras, llegar a acampar en sitios que no le representaran una trampa al momento de una emboscada sin que tuvieran una ruta de escape. Un pequeño número de allegados y una recua pudieron ser su equipaje personal, moviéndose a cierta distancia del grueso de sus tropas.
Apostaba vigías que notificaban de la presencia de tropas realistas antes de tomar una decisión y orientar sus pasos. Después de que se le quitó el mando directo de su ejército, en 1814 y 1815, aprovechó su experiencia juvenil como arriero y atajador, y sabía que una avanzada era necesaria para encontrar sitios de descanso de hombres y bestias. Lugares protegidos y aguajes de difícil acceso debieron ser los puntos destacados de sus mapas. Ello le permitió defender a los miembros de la Junta insurgente
A favor de la levedad
Morelos sabía que la rapidez y la ligereza de equipaje era la ventaja sobre sus enemigos. Consigo debía llevar apenas lo necesario para operar y para mantener el signo de superioridad militar de un caudillo: el archivo con sus decretos y correspondencia; sus armas y uniformes; el misal, algún rosario, algunas imágenes sagradas… algo de ropa limpia y, a veces, una cama de campaña, --como la que aquí se exhibe-- que sus ayudantes debían armar para que llegase a descansar algunas horas.
No siempre le acompañó la suerte. Varios de los documentos que ahora se muestran tienen las marcas del abandono –con las huellas del fuego, por ejemplo--; las crónicas y los partes oficiales de sus enemigos, además, dejaron constancia de que Morelos sacrificaría todo aquello que pusiera en riesgo su vida y la de sus compañeros. Así, el pequeño cañón “El Niño” de los Galeana, que tan eficaz fue en la defensa de Cuautla, fue dejado en manos de los enemigos cuando tuvo que escapar. Lo mismo una copia
manuscrita de la Constitución de Apatzingán. Los objetos más valiosos que eran abandonados fueron considerados botín de guerra y remitidos a las autoridades militares virreinales.