Desde muy niño, José María Morelos tuvo que trabajar para mantenerse. Como algo sabía de letras y números, pudo trabajar con un tío, quien le dio techo, alimento y trabajo en la hacienda de Tahuejo, lejos de Valladolid; José María llevaba las cuentas de su pequeña hacienda. Fue “atajador”, es decir, iba delante de los arrieros para preparar los lugares de descanso y alimentación de las bestias de carga. Cuentan las crónicas que “desde los catorce años hasta los veinticinco trabajó como vaquero en la Hacienda de Teuexco (¿Tahuejo?) y entonces, en 1790, empezó sus cursos de gramática latina y de retórica en la escuela parroquial”.
Sus juegos también se ajustarían a las costumbres. El campo proporcionaría los elementos para desarrollar la imaginación, y sus juguetes serían los de un niño pobre.