La captura del fuerte de San Diego de Acapulco requería de astucia. El cura y ahora jefe insurgente no conocía los secretos de la fortaleza, ni siquiera si tenía algún punto débil. El primer paso consistía en imaginar a las tropas, su organización, su capacidad de fuego, sus fuentes de abastecimiento… sin experiencia previa, Morelos se atrevió a buscar seguidores en los rumbos costeros de Zacatula.
En Tecpan encontró a los Galeana, hacendados que llevaron a la insurgencia a sus empleados, armas y un cañón para salvas, pequeña pieza de festejos campiranos que se volvería en la primera pieza de artillería del Ejército Insurgente del Sur. Morelos y su tropa mostrarían versatilidad; aprendían de armas y de guerra sobre la marcha. Así, por ejemplo, el grito que sirvió de identidad y salvoconducto de los insurgentes se conoció en las cercanías de Atoyac en la zona costera. Cuentan las crónicas que Morelos esperaba un grupo de naturales que se retrasaron. De repente, en la espesura de un palmar, escuchó muchas voces. Se les marcó el quién vive con la amenaza de abrir fuego; los que llegaban, asustados, gritaron “¡Santo Dios!” Morelos se les acercó y los tranquilizó. Les dijo: “No, hijos; cuando oigan gritos contestarán 'La América' o 'La Virgen de Guadalupe'”.